sábado, 16 de abril de 2016

La tómbola del fracaso

La tómbola del fracaso

Resulta asombroso que, a estas alturas, el VII Congreso del PCC y sus trasnochados lineamientos hayan podido generar expectativa mediática. Hace unos cuantos años se justificaba en parte, debido a la realización de aquellas asambleas populares, supuestamente para discutir los lineamientos y para viabilizar las inquietudes más apremiantes de la población. Se sabía desde entonces que tales asambleas no eran sino otra engañifa del régimen para ganar tiempo. Pero al menos sirvieron para dar contenido a los reportes de la prensa extranjera, a la vez que brindaban a los cubanos una nueva ocasión para el choteo y el humor negro. Pero ahora ni eso. Tan poco ha llegado a interesar el asunto a nuestra gente, que ya ni siquiera le da motivos para la jodedera.

Por más que nuestros caciques finjan no haber reparado en el detalle, y por más que la prensa oficial cumpla el rol de hacerse la sueca, resulta notable el cambio de actitud que se manifiesta entre la población de la Isla luego de transcurridos muy pocos años. Hay quien dice que esto sucede porque la materialización de los llamados Lineamientos de la Política Social y Económica del Partido fue aplazada durante demasiado tiempo, así que ahora llegaría tarde. En cualquier caso, ni siquiera es lo peor.
Demorados o no, el problema básico de esos lineamientos está en los lineamientos mismos. Y en quienes los excretaron, cuya actitud es como la de aquellos que acaban de ganar unas elecciones presidenciales y se han trazado metas para corregir paulatinamente los destrozos ocasionados por algún gobierno anterior. A veces hasta da la impresión de que se creen en serio el papel de remediadores de su propia ruina. A fuerza de haber vivido tanto tiempo en la virtualidad, se diría que pasaron del estado sólido al gaseoso. Y así han ido al VII Congreso, sin tocar el suelo y sin sentir (o haciéndose los que no sienten) la abrumadora carga de su inutilidad y de su obsolescencia.
De nada o de muy poco les vale la nula importancia que el pueblo demuestra conceder a lo que están cocinando en este evento, como no fuera que algún imposible milagro posibilitara la derogación del artículo quinto de la Constitución de la República, según el cual: "El Partido Comunista de Cuba, martiano y marxista-leninista, vanguardia organizada de la nación cubana, es la fuerza dirigente superior de la sociedad y del Estado…".
Suficientemente trágico para nuestra gente resulta haber tenido que adentrarse en el siglo XXI, tiempo de conquistas tecnológicas, científicas y sociales, con varias generaciones de sus hijos nacidas y crecidas bajo la tutoría absoluta de un sistema de poder providencial, que traza y controla desde los sueños hasta los más ínfimos movimientos de cada individuo. Nuestra nación conforma un cuadro tan incongruente dentro de la sociedad moderna, que no es posible hallarle predecesores sino en aquellas monarquías europeas de la Edad Media, incapacitadas para establecer distinciones entre sus vacas y la pobre gente que poblaba sus feudos. La diferencia quizá radique en que a las pocas de aquellas monarquías que aún quedan en el mundo se les ha impuesto la coyunda de reinar sin gobernar. En tanto, la nuestra no solo gobierna, sino que no ha sabido hacerlo, pero no se pone cotos a la hora de reinar. Y no hay un solo lineamiento que no persiga la defensa a ultranza de ese estatus cavernícola.
No en balde ya ni siquiera la mayoría de los militantes del PCC parece concederles crédito. De la misma manera que tampoco parecen esperar mucho del evento en cuestión. En particular los militantes de base, que están comiendo soga igual que el resto de la población y que no son sino simples convidados de piedra en este VII Congreso.
Tampoco es que a la dictadura de los Castro le haga falta el PCC para dominar en Cuba. Sin embargo, aunque no les sirve en lo más mínimo para influir entre la población, continúa sirviéndole como embozo para disfrazar su sistema de poder monárquico.
¿Acaso queda un solo politólogo o un solo analista con dos dedos de frente que desconozca la histórica y raigal falta de influencia de ese partido entre nuestra gente de pie? Y no solo hoy. Ni en sus mejores tiempos. Mientras más extendido en cuanto al número de sus miembros, menos efectivo e influyente fue. Mientras más promovido por la propaganda como vanguardia de las masas, menos capaz de atraer por sus virtudes o ejemplos. Lo que en Cuba deben los comunistas a los líderes de la revolución, en materia de reconocimiento y asimilación (que no en aclamación) populares, han debido pagarlo con una existencia ficticia en tanto partido político, y a la vez como instrumento represivo al servicio del poder, más antipático mientras más omnipresente. ¿Quedará en el mundo alguien medianamente informado que ignore esa obviedad?
¿Habrá un solo analista ajeno a que, ya no en las actuales circunstancias de bancarrota, sino desde siempre, las ideas, los planes, los dogmas del PCC han representado lo más ortodoxo y retrógrado, lo esquemático, lo rígido, lo intolerante, lo incontestable, lo sectario, lo más obsoleto de nuestra historia contemporánea? ¿Alguien no se ha enterado aún de que, como poder real, para la mayoría de los cubanos ese partido no ha representado sino la inutilidad y el teque sin sustancia?
Y ya que es así, ¿tiene entonces el menor sentido abrigar expectativas en torno a lo que pueda suceder en esta suerte de tómbola del fracaso que es el VII Congreso del PCC?

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