sábado, 26 de septiembre de 2015

EL NUEVO ORDEN DEL MUNDO. SEGUNDA PARTE

EL NUEVO ORDEN DEL MUNDO. El Nuevo Orden del Mundo es el espíritu de nuestro tiempo, el aire que respiramos, la atmósfera política e ideológica que envuelve nuestras vidas. [Publicado en 1997 como capítulo de su “Curso General de Disidencia”, Editorial El Emboscado, este texto de José Javier Esparza resulta extraordinariamente premonitorio: parece escrito hoy mismo.]SEGUNDA PARTE

SOCIALISMO-CAPITALISMOJOSEJAVIERESPARZAPor José Javier Esparza- El Manifiesto-España
Nótese cuál es el punto de partida de Kant: existe una aspiración natural de los hombres hacia una existencia moral. Kant define lo moral a su manera, pero no demuestra ni que él tiene razón, ni que ésa es la aspiración “natural” de todos los hombres. Kant parte de un prejuicio ideológico -la identificación entre existencia moral y libertades burguesas- y además recurre a un truco muy común en todo el pensamiento ilustrado: identificar al burgués ilustrado europeo del siglo XVIII con el género humano en su conjunto; identificar los intereses del burgués liberal con los intereses de todo ser humano. Dicho de otro modo: Kant justifica moralmente -y ésa es su perversidad, si se me permite el término- la imposición de las ideologías de la modernidad en todo el mundo, de buen grado o por la fuerza.

Y por eso está también legitimada la guerra de exterminio contra los obstáculos con que se topa la modernidad. Kant coge el viejo argumento de la “guerra justa” y lo manipula a su manera. La “guerra justa”, para nuestros antepasados, era toda guerra contra el enemigo de la comunidad; luego, fue la guerra contra los enemigos de la Cristiandad; pero, a partir de Kant, “guerra justa” será la guerra contra los enemigos de la Modernidad. Y de ese planteamiento -aunque en este caso la paternidad kantiana es más discutible- nacerá otro argumento muy característico de las ideologías modernas: el de “la guerra que pondrá fin a todas las guerras”. Toda guerra queda justificada si se hace contra los enemigos de la modernidad y con la pretensión de que, aniquilando por completo al enemigo, sea la última guerra. No es un azar si volvemos a encontrar ese argumento en todas las guerras libradas por las potencias modernas (Francia, Inglaterra y, sobre todo, los Estados Unidos) desde el siglo XIX hasta nuestros días.
“ Pero todo esto son sólo filosofías”, se me dirá. Sí, son filosofías, pero no cometamos el error de infravalorar el poder de las ideas. El propio Kant habla expresamente de la posibilidad de incluir un artículo secreto en los tratados internacionales donde quedara dicho que los estadistas seguirían las ideas de los filósofos (en el sobreentendido, por supuesto, de que todos los filósofos pensarían lo mismo que Kant). No vamos a defender aquí la extravagante tesis de que los políticos de los dos últimos siglos han obedecido a Kant y han incluido en sus tratados ese “artículo secreto”; nos basta con constatar que todos esos tratados han seguido las consignas universalistas o cosmopolitas señaladas por Kant y por los que pensaban como él. Por otra parte, las cosas están clarísimas: basta ver la evolución reciente del orden del mundo para comprobar hasta qué extremo Kant supo captar la vocación, el destino del mundo moderno. El mundo está caminando exactamente en la dirección que Kant marcó, Estado Mundial incluido. ¿Puede ser casualidad? No, no lo es: acabamos de ver cómo nace la ideología que hoy intenta imponerse en todo el mundo; estamos describiendo el camino de un mismo proceso. Y es importante saber de dónde viene cada cual.
4.- El mundo contemporáneo
Veamos ahora la evolución del mundo contemporáneo, la evolución de las relaciones de poder. Como ya hemos visto, un gran estudioso de la Teoría del Estado, el alemán Carl Schmitt, describió en los años cincuenta la trayectoria del Nomos, el orden de la Tierra, y lo hizo en los siguientes términos. Desde el siglo XIX, el mundo había vivido una fase Monista, en la que un solo poder real -en este caso, el Occidente moderno- se enfrentaba a un sólo enemigo, un enemigo que primero fue Austria -como decía Kant- y luego, en 1914 y en 1939, Alemania. A partir de 1945 se inaugura otra fase, la Dualista, marcada por la “Guerra Fría” y por la partición del mundo en dos bloques: el capitalista y el comunista. Pero a raíz de la descolonización, en los años cincuenta, cabía imaginar una tercera fase: la Pluralista, marcada por la competencia entre las nuevas potencias emergentes. Schmitt escribía influido por el movimiento de los “no alineados” y la Conferencia de Bandung, en 1955. Luego volveremos a hablar de ello. Retengamos de momento esta tripartición, estas tres fases, porque el viejo Carl Schmitt nunca hablaba a humo de pajas.
FRANKLYNDELANOROOSEVELTEn 1944, cuando parecía ya inevitable que la fase Monista del orden del mundo se transformara en una fase distinta, las potencias aliadas -y aquí la iniciativa es especialmente anglosajona- pergeñan dos tratados: uno es la “Carta Atlántica”, que supone la extinción de los viejos imperios ultramarinos y que dará lugar a esa gran trampa de la descolonización; otro es el de la Conferencia de Bretton Woods, que se acaba de conmemorar en Madrid y que significa el nacimiento del Fondo Monetario Internacional (FMI) y del Banco Mundial. Toda esta operación responde a una meta claramente definida de la política del presidente americano, Roosevelt:(foto de arriba a la izquierda) la creación de un One World, un único mundo. El objetivo de esas instituciones es regentar, gestionar, dirigir la vida económica del planeta. Ambos acontecimientos son de una gran trascendencia para lo que aquí estamos diciendo: a partir de ese momento, las potencias aliadas, y sobre todo los Estados Unidos, ponen los medios para construir un nuevo orden del mundo, de ambición planetaria y talante económico, legitimado a través de la presunta superioridad moral de su sistema de convivencia (libertad individual, democracia, etc.); exactamente tal y como lo había deseado Kant. La semilla del actual NOM ya está plantada.
La política del FMI tuvo una consecuencia inmediata: la vieja división del mundo entre Metrópolis imperiales y Colonias, herencia de los siglos anteriores, es sustituida por la división entre países pobres y países ricos. No olvidemos que uno de los puntos fundamentales del programa kantiano era acabar con los imperios; como por azar, eso era también lo que pedían los liberales, porque era más cómodo y barato comerciar directamente con burguesías locales, que hacerlo a través de grandes y costosos aparatos militares y políticos. A partir del fin de la segunda guerra mundial, la estructura imperial-colonial desaparece; sólo habrá países ricos y países pobres.
No creamos, sin embargo, que un manto de libertad se extiende por el planeta. Los países pobres sí están ya políticamente emancipados, pero esa independencia es tan sólo el pretexto moral para dar paso a una absoluta sujeción económica. Es natural: en una óptica universalista, la independencia no puede consistir en una libertad real para fijar los objetivos autónomos de una comunidad soberana, porque eso significaría dar jaque al universalismo. Todo lo contrario: en el proyecto cosmopolita, la emancipación política sólo es un paso previo para que la comunidad recién emancipada ingrese en el orden del mundo.
Estamos asistiendo desde este momento a la condena a muerte de vastas extensiones del planeta. ¿Por qué? Porque la política de los vencedores, plasmada en las “recomendaciones” del FMI y del Banco Mundial, consiste en dividir el mundo en grandes “zonas de producción”: los países pobres van a aportar sus economías a la civilización universal, y lo van a hacer especializándose en productos determinados. De ese modo, todos los países pobres, obligados a producir en masa uno o dos productos básicos, pierden la posibilidad real de automantenerse, de autoabastecerse, y quedan obligados a depender de las compras extranjeras y de los créditos internacionales para la producción.
MAPADEAFRICALa mayor parte de África ha corrido este destino: convertirse en países miserables, obligados a depender eternamente de las compras extranjeras. Para abastecerse, no les queda más remedio que endeudarse… en dólares, por supuesto, porque ésa es la moneda-patrón desde Bretton Woods. Es otra forma de esclavitud. Eso sí, con una gran diferencia: ahora, esos pueblos son nominalmente libres, democráticos, están “emancipados”. “La moral”, decía Kant.
Pero sigamos con el Nomos de la Tierra desde 1945. Simultáneamente a Bretton-Woods, una nueva ruptura parece adueñarse del mundo: es la oposición entre los Estados Unidos y la Unión Soviética, los vencedores de 1945, que compiten ahora entre sí por el dominio del planeta. Es importante señalar que ambas potencias proceden, ideológicamente, del mismo mundo: las ideologías de la modernidad, y su objetivo es el mismo: instaurar un orden universal regido ya por el libre mercado (el caso americano), ya por la dictadura del proletariado (el caso soviético -y recordemos una vez más, por cierto, que Marx veía la dictadura del proletariado como una simple etapa transitoria: su objetivo final era la instauración de un “paraíso universal de contables”, como dice el III Tomo de El Capital).
La propaganda política de posguerra hará que nadie escape a esa confrontación. Una especie de terror helado se extiende por todo el planeta, que empieza a vivir agobiado por la amenaza de una guerra nuclear. La hostilidad entre una potencia y otra es tan radical, tan hondo el conflicto y la conciliación tan difícil, que se diría que la guerra es inevitable. Sin embargo, en algo sí estarán de acuerdo ambas potencias: en que nadie pueda marchar por una tercera vía. Los no-alineados en 1955, Hungría en 1956, Checoslovaquia en 1968… Todos ellos intentaron escapar a la bipolaridad USA-URSS, pero los dos monstruos impedirán cualquier escapatoria. Por eso puede hablarse, objetivamente y más allá de la “Guerra Fría”, de un condominio americano-soviético.
Y es en ese momento cuando empieza a hacerse patente la verdadera naturaleza del conflicto de nuestro siglo: la verdadera guerra no es la que se libra entre capitalismo y comunismo, entre Occidente y Oriente, sino la que opone, de un lado, a los partidarios del Dualismo, del condominio americano-soviético, y por otro, a los partidarios del Pluralismo, de las identidades nacionales y populares. La revolución islámica en Irán tendrá la virtud de aclarar la situación: por encima de la enemistad USA-URSS, y pese a los discursos oficiales que pretendían someter a todo el mundo a esa bipartición de campos, ambas potencias, Washington y Moscú, eran aliados objetivos en el mantenimiento de un cierto statu quo internacional; y la única forma de romper ese statu quo será apelar a la identidad de los pueblos, a su raíz más profunda y al derecho de cada pueblo a ser él mismo.
Esa era la situación del mundo cuando, súbitamente y sin que los analistas oficiales se enteraran, el bloque soviético se derrumba. Gorbachov liquida los restos del imperio ruso; revueltas populares más o menos amañadas derriban a los dictadores marxistas; cae el Muro de Berlín y la relación de poder en el mundo deja de ser dualista para volver a ser Monista.
Pero vayamos por partes. ¿Por qué cae el comunismo? La causa directa es la imposibilidad de seguir la frenética carrera de tecnología militar impuesta por los Estados Unidos de Reagan. Pero la causa profunda es la incapacidad de una filosofía utópica, ficticia -la del marxismo-, para organizar el mundo sin recurrir a la represión permanente. El hecho es que, derrumbado el comunismo -”víctima de sus propias contradicciones”, como diríamos en la jerga marxista-, sólo queda un poder que encarne el proyecto unificador de la modernidad: los Estados Unidos y su ámbito de influencia, lo que se llama “Occidente”.
No caigamos en el error de juzgar el fracaso del comunismo como una victoria del capitalismo. Un ensayista francés, Pascal Bruckner, ha escrito un libro muy revelador, La melancolía democrática, donde las cosas se ponen en su sitio: la verdad es que el comunismo no ha caído porque la democracia liberal sea mejor sistema o porque la presión política de Occidente haya mermado la capacidad de reacción comunista; el comunismo ha caído, simplemente, por sus propios errores, porque era un sistema ineficaz. El enemigo del capitalismo se ha suicidado. No hay victoria.(Continuará)

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